¡NI UN MINUTO CONSENTIO!



Si compro un botijo nuevo,
que no me lo den cascáo
que yo, cascáo no lo quiero.

Eso fue lo que quisieron jacé con Manolillo López, un cordobés de Los Pedroches que se vino a trabajar ahí por bajo del Arroyo Coche y se emnovió con Juanilla La Tremenda, una morena mú bien jecha, pero fuente de güen agua y que estaba más sobá que el marmolillo una esquina. El Cordobés no sabía ná de esto y como no preguntó pos nadie se lo dijo. “El flechazo” fue mú fuerte y enseguía dispusieron el casamiento.

Como  La Tremenda estaba “rota” y se quería vender por nueva (esto de estar entera pal casamiento, antes tenía mucha importancia; ahora parece que tiene menos, según dicen, pero antes si). Ahora me acuerdo de Salvorillo Jiménez, un sobrino de Juanillo C...nes que, como su tío, presumía de ser mú borrico. Contaba que cuando se iba a casar y él si quería que la suya estuviera entera, como no estaba mú  enterao “del lío” fue a pedirle consejo a Juanico Fernández, que era el que sabía de tó eso, pá que le explicara como poder asegurarse de que la suya, Carmelilla Pinto, estaba como Dios manda.

Juanico le dijo que antes de entrar con ella la pusiera a mear y si sentía un chigate tieso: “Chissssss...” pos que estaba entera.                                                                      

La noche de boda, en la casilla que apañaron en La Jaza el Algarrobo, na más que se quearon solos, Salbvorillo lo primero que le dijo fue que meara. Carmelilla Pinto, claro, con la timidez de la primera noche, cogió le escupiera  de debajo la cama y se metió en el cuartillo de aseo. Y apenas si había empezáo cuando el bestiajo de Salvorillo empezó a pegar porrazos en la puerta. Ella le preguntó mú atribulá: --“¿Qué pasa Salvorico?” El no la dejó terminar:                                                                                               

Sal pajuera, Carmelilla
que te viá cambiá el sonío.
Me gusta tu musiquilla,
pero el instrumento mío
también es una maravilla.

Güeno,  pos a La Tremenda quien la aconsejó fue su madre en lo que tenía que hacer la primera noche pa que el cordobés no se diera cuenta. Pero de ná le sirvió. El tal Manolillo López, como había compráo el pirulo por nuevo y se lo encontró roto, fue y se las piró pa Córdoba.
                                                                           


Y como en el célebre relato de Pepe Iglesias “El Zorro”: “Y del Señor Fernández, nunca más se supo”...

El  cordobés en un derroche
de hombre entero y con honor
se najó pa Los Pedroches
y a La Tremenda dejó...
¡Tremenda, pero un fantoche!

Na más que amaneció, La Tremenda se fue pa su casa
Hecha un mar de lágrimas y le contó a su madre lo sucedío:  Que el cordobés se había dao cuenta del engaño y se había ío pa su tierra. La madre mu inritá,, sin poerse contener, exclamó: “¡Estás chalá!, ¡antes de estar yo con tu padre había estao con veintisiete!” (De casta le venía a la galga). En su enfáo, la madre no se había dáo cuenta que el padre estaba en el cuarto despierto y, aunque ya setentón, pegó un salto de la cama,  con lo alpargates sueltos y amarrándose la correa de los carzones, salió por la puerta. diciendo: --“Otro que se va pá Córdoba”.

Que aunque noble, soy un tío.
Treinta años sin saberlo,
¡ni un minuto consentío!

                                                Camina con la verdad:
                                                    podrás engañar al de enfrente
                                                    pero a ti mismo jamás.

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